LA CONVERGENCIA COMIENZA

CADA NACIÓN tiene una historia de origen. Es la historia que sus habitantes se cuentan a sí mismos y acerca de sí mismos para entender lo que son.
Los estadounidenses no son la excepción.
En muchas civilizaciones antiguas, la historia del origen enlaza a un pueblo tan íntimamente a la tierra que dicen haber salido de ella, moldeados por un Creador. Los japoneses, los indios menominee de los Grandes Lagos y los yoruba de África Occidental tienen historias sobre la creación que unen a su pueblo y a su historia directamente a la tierra. No tienen memoria de otro lugar. En sus relatos, ellos han existido junto a la tierra y no han tenido una vida lejos de ella.
Los estadounidenses son muy diferentes.
Nuestra historia acerca del origen debe traernos a casi todos nosotros de otra parte del planeta. Entonces, ¿dónde comienza la historia de los Estados Unidos de América? Algunos de ustedes podrían decir que en Plymouth Rock, aquel lugar en las húmedas costas de Nueva Inglaterra, donde la tradición dice que los peregrinos desembarcaron del Mayflower en 1620. Otros podrían decir que en Jamestown, a unas seiscientas millas al sur, donde en 1607 ingleses en busca de fortuna y que no huían de la persecución religiosa, comenzaron a explorar las ensenadas de arena y a hacer del tabaco una «mina de oro».
Sin embargo, este país no fue solo una creación del Imperio británico. Había quinientas naciones en Norteamérica antes de que un barco europeo echara anclas frente a la Costa Este. Y cuando los europeos empezaron a venir en números cada vez mayores, el territorio que actualmente es Estados Unidos fue el hogar de muchas colonias.
Los holandeses llegaron hasta el río Hudson y se establecieron en los hermosos valles de lo que hoy es el norte del estado de Nueva York. En la desembocadura del río, las granjas holandesas y las casas comerciales se propagaron por las tierras alrededor del gran puerto que más tarde se convertirían en la ciudad de Nueva York. Los suecos trataron de colonizar algunas partes de lo que hoy es Delaware y Pennsylvania. Incluso lo que hoy es el Canadá marítimo, Nueva Jersey y las Carolinas.
El imperio norteamericano de Francia se extendía por una franja amplia y rica del continente, con un tamaño muchas veces mayor que el de la madre patria, incluyendo lo que hoy es la mitad de Canadá y el Medio Oeste de los Estados Unidos, las Grandes Planicies y el Noroeste del Pacífico. En el extremo noroeste, el Imperio ruso en expansión avanzó hacia el este, cruzando el estrecho de Bering, colonizando a Alaska y extendiéndose hacia la costa de la actual Columbia Británica de Canadá, hacia lo que un día sería Seattle. Los rusos exploraron aún más el sur de lo que actualmente es el norte de California.

El marinero genovés enviado al oeste por Fernando e Isabel de Castilla —Cristoforo Colombo em italiano, Cristóbal Colón en español y Christopher Colombus en inglés – hizo vários viajes al Caribe y dio comenzio a cuatro siglos de presencia española en el continente. Mientras buscaba ≤≤Catay>>-China-comenzó la creación de un enorme imperio del Nuevo Mundo para España.
El imperio pertenecía a sus Majestades Católicas, el Rey y la Reina de España. Saca un mapa y echa un vistazo a Suramérica, donde las posesiones de España incluían prácticamente toda esa región (a excepción de Brasil), toda la Centroamérica y el México de hoy, y la totalidad o parte de Texas, Arkansas, Missouri, Kansas, Nebraska, Oklahoma, Nuevo México, Arizona, California, Oregón, Utah, Nevada, Wyoming, Colorado e Idaho, Dakota del Norte y del Sur. En su apogeo, en los últimos años del siglo XVIII, el territorio español se extendía en dirección norte hasta las tierras del sur de lo que hoy son las llanuras de las provincias de Canadá, Manitoba y Saskatchewan.
Entonces, ¿dónde comienza la historia de los Estados Unidos modernos? En Plymouth Rock, seguro, pero no solo allí... En Virginia, por supuesto, pero no solo allí... Lo cierto es que hay muchos «candidatos» al punto de origen, lugares como las costas de Virginia o Massachusetts, donde se puede decir: «Todo empieza aquí».
Cuarenta y dos años antes de que los hombres de la Compañía Virginia de Londres empezaran a construir el fuerte de Jamestown, y cincuenta y cinco años antes de que los refugiados protestantes pisaran tierra firme después de bajar del Mayflower , un marinero español llamado Pedro Menéndez de Avilés expulsó a los protestantes franceses de su asentamiento en la costa de Florida, y fundó San Agustín.
San Agustín es actualmente la ciudad de ocupación continua europea más antigua delos Estados Unidos. Entre 1565 y 1821, St. Augustine, o San Agustín , fue una ciudad donde se hablaba español. Mientras los imperios europeos entablaban sus guerras en el Nuevo Mundo, esta ciudad de la Florida vivió bajo diferentes banderas pero fue básicamente española por tres siglos. La próxima vez que estalle una tensa controversia local en la Florida sobre el uso del español, saca un momento para recordar cuánto tiempo más ha estado este idioma en el estado que el recién llegado inglés.
A través de la superficie de este vasto continente, los imperios exploraron, investigaron, se enfrentaron y buscaron. Pasaron más de dos siglos moviendo sus fronteras el uno contra el otro y entablando guerras por la tierra generosa. Las líneas de las fronteras cambiaron, se desplazaron y desaparecieron con el tiempo. A mediados del siglo XIX, mientras se calmaba el fragor de la guerra con México, surgió el Estados Unidos continental y moderno. Los que habían sido territorios franceses, británicos y españoles, quedaron cubiertos por la bandera de los Estados Unidos. Pero me estoy adelantando un poco.

• • • SI SALES DE la iglesia de San Esteban el Rey en el pueblo acoma en Nuevo México, tus ojos tardarán un momento en acostumbrarse a la intensa luz solar. Tu piel sentirá de inmediato el cambio extremo desde el interior fresco y de colores intensos de la iglesia a la explosión de calor seco que se levanta de la pequeña plaza en el borde del pueblo. Un amplio valle desaparece lejos del borde de la escarpada meseta donde el pueblo acoma está levantado en la cima. de color café y dorado, salpicados de verde, se extiende hasta las montañas en el horizonte.

UNA CADENA EXTENSA y estrecha de misiones se extendía hasta la costa de California a finales del siglo XVIII. Desde San Diego en el sur hasta San Francisco Solano en el norte, más de veinte comunidades bajo la administración del rey fueron construidas por indios y gobernadas por sacerdotes. Muchas de ellas plantaron la semilla de la ciudad moderna que sigue prosperando en la actualidad. Otras son sitios arqueológicos o históricos, escondidas en las partes menos atractivas o desarrolladas del extenso estado.
Habían pasado algunos siglos desde que Ciudad de México fuera construida sobre los cimientos de la capital azteca de Tenochtitlán. California fue llamada «el último rincón del imperio español», según Arturo Madrid, un historiador de la Universidad Trinidad. De nuevo, las preocupaciones acerca de la invasión de otros imperios europeos llevaron a España a dejar una huella más permanente en las tierras que había reclamado desde varias generaciones atrás.
El hermano franciscamo del siglo XVIII, Junípero Serra, es conocido como el fundador de las missiones californianas y como tal, es uno de los fundadores de la California moderna. ≤≤Un parte de la misión de fray Serra era cristianizar y evangelizar toda la península», señala la historiadora Rose Marie Beebe, de la Universidad de Santa Clara en California. «Las misiones en los presidios (bases militares fortificadas) fueron creadas para detener la incursión de los rusos y los británicos. Así que había una razón militar y una razón religiosa para el establecimiento de presidios en las misiones. De este modo tendrían una escolta, un escuadrón para proteger a los padres».
Ahora, desde la distancia que supone el tiempo, puede parecer extraño que, aparte de los líderes anticolonialistas como Popay y otros, los pueblos indígenas, que vivían en comunidades antiguas y establecidas, estuvieran dispuestos a someterse al sistema de misiones o que pudieran haber sido obligados a hacerlo por grupos más pequeños de sacerdotes y soldados en términos numéricos. Muchas comunidades indígenas sucumbieron a los efectos de las enfermedades traídas por los españoles pues no tenían defensas inmunológicas. Stephen Pitti describe que las tribus «se esforzaron para cazar, recolectar bellotas, pescar y preservar las comunidades que habían sobrevivido durante varios siglos. Las misiones ofrecían algo que no era solo espiritual sino también material. Les ofrecían a las comunidades indígenas la oportunidad de tener pan en la mesa. Los indios llegaron a las misiones con sus propias ideas acerca de lo que querían de estos lugares».
Los mismos sacerdotes que ofrecían una nueva forma de vida y un nuevo credo trajeron involuntariamente la muerte y el sufrimiento derivados de las enfermedades que llevaban en sus cuerpos. Los supervivientes indígenas encontraron organización, bienestar y seguridad en la labor proselitista y no remunerada de los sacerdotes.
A medida que comenzaba el siglo XIX, estas comunidades jóvenes y en continua construcción debieron parecer como si estuvieran en el fin del mundo. «Eran lugares muy pequeños y a quienes venían de Europa o de Ciudad de México, seguramente les parecían rústicos y atrasados», escribe el profesor Pitti. «Son lugares donde los hispano-mexicanos se sienten aislados y vulnerables». Para Pitti, también hay otra consideración importante: «Los hombres hispano-mexicanos de Alta California que buscaban pareja terminaban involucrados con las mujeres indígenas de estas regiones, en parte porque había muy pocas mujeres hispano-mexicanas en esa época. Así que lo que ocurre en la zona fronteriza es un mestizaje mucho más fuerte de lo que vemos en otras partes de Nueva España».
Aunque había varias misiones a lo largo de la costa de California, pocos mexicanos aprovecharon la oportunidad para emigrar a las colonias del norte. Algunos recién llegados no se establecieron allí de manera voluntaria. En 1800, veintiún jóvenes, muchas de ellas hijas ilegítimas que se trasladaron a un nuevo hogar establecido para tal fin, fueron llevadas a California desde Ciudad de México. Durante el viaje, primero por tierra y luego por barco, una de ellas murió. Dos de las niñas se casaron con colonos españoles menos de un año después. Las otras, que eran niñas o adolescentes, fueron distribuidas entre las familias españolas en California. Cuando ya era anciana, Apolinaria Lorenzana, la más joven de estas niñas, dicta sus memorias y recuerda: «Cuando llegamos, el gobernador repartió a las niñas entre varias familias como si fueran cachorras». La vida en el confín del imperio era lo bastante dura como para que vio que Alta California dejaba de ser una red de misiones católicas para convertirse en un estado próspero durante la expansión de los Estados Unidos.
Lorenzana le dijo al hombre que grabó sus recuerdos hacia el final de su vida: «Aprendí a leer cuando era muy joven, antes de venir de México. Aprendí a escribir después de llegar a California y, alentada por los libros que leía, escribía letras en cualquier pedazo de papel que pudiera encontrar, como en cajas vacías de cigarrillos, o en cualquier hoja de papel en blanco. De esa manera aprendí lo suficiente como para hacerme entender por escrito cuando necesitaba algo».
Esta joven, que llegó a las misiones de California, recibió educación en labores domésticas, en el cuidado de niños, en cocina y costura, y fue una trabajadora diligente en las misiones a lo largo de la costa. «Se trata de una niña de quien se espera que contribuya y sea útil a la sociedad de Alta California », escribe la profesora Beebe. «¿Cómo se supone que una niña de siete años entienda lo que le deparará el futuro? Debió sentirse aterrorizada, pero era una niña muy fuerte, como se evidencia en todas las cosas que hizo después de mudarse de Monterrey a Santa Bárbara, y luego a San Diego».
El profesor Pitti nos recuerda que esto habría sido desconcertante incluso para un niño expósito. «A finales del siglo XVIII, Ciudad de México era un importante centrode la vida urbana en las Américas y, para cualquier persona que hubiera abandonado un lugar como éste, un lugar que tenía una vida comercial activa y varios estratos de clase, un tipo de ciudad en la que uno podía perderse del mismo modo en que podría haberse perdido en Londres o en cualquiera de las grandes metrópolis de la época... Pasar de ese lugar al rincón más alejado del Imperio español debe haber sido un impacto tremendo para una niña». Es poco probable que esta joven llegara a California esperando una vida con más facilidades y comodidades. La vida en el hogar para niñas abandonadas era austera. Los días comenzaban muy temprano con plegarias, el desayuno y luego la instrucción, seguidos por más oraciones, clases y plegarias. La vida en aquel hogar resultó ser una buena preparación para la vida en las misiones, que tenían una rutina similar de campanas, comidas y oraciones.
Lorenzana vivió en la sociedad propia de las misiones solo un peldaño arriba de la parte inferior. Durante su infancia fue aún más vulnerable que una mujer. Y como huérfana que era, estuvo aún más expuesta a la fragilidad y a la crueldad potencial a la que están expuestos los niños, pues no tenía vínculos familiares que le dieran un estatus o garantizaran su protección. Ella no estaba apegada a la tierra, a la familia o a las pertenencias, pues era huérfana y forastera; había nacido en otro lugar y fue llevada a Alta California . Los únicos miembros más débiles de la sociedad en las misiones de California eran los pueblos nativos de la costa de Norteamérica, los más numerosos y antiguos en esa región.
La vida de la joven Apolinaria Lorenzana surgió a partir de una serie de accidentes. Cuando las niñas llegaron al norte, ella fue enviada a una de las familias más puedan obtener mediante el envío de más niñas como éstas. Los habitantes no quieren recibirlas pues ya tienen sus propias familias. Estas niñas son tan infelices que parece absurdo llevarlas lejos de la capital y exponerlas a condiciones de vida difíciles. Son demasiado pequeñas».
Lorenzana se mudó con los Carrillo de Santa Bárbara a San Diego y posteriormente les enseñó a leer a los niños. Durante una larga enfermedad fue acogida por el padre Sánchez, un sacerdote de la misión de San Diego. Lorenzana pasó de la enseñanza a la enfermería y les enseñó a coser a las indias.
«Ella se convierte en el aglutinante que mantiene unida a la misión de San Diego. Los padres confían mucho en ella. Aman a esta joven», escribe la profesora Beebe.
Lorenzana llegó a ser tan útil y tan querida en la misión de San Diego, que fue llamada La Beata . El trabajo de la profesora Beebe con los diarios de Lorenzana y los de sus amigas y compañeras de trabajo en San Diego revela que «los padres confiaban tanto en Apolinaria que le permitían ir a los barcos cuando atracaban en el puerto de San Diego. Ella iba con la lista de productos que los padres consideraban necesarios para la misión. Pero tenía permiso para comprar todo lo que creyera necesario».
Gracias a la adquisición de habilidades, a su trabajo incansable y fundamentalmente al hecho de no casarse, Lorenzana obtuvo una independencia y una utilidad escasa en las mujeres de las sociedades coloniales españolas de la época, quienes eran definidascon frecuencia por su papel como madres, esposas o hermanas religiosas.
Lorenzana le dice a su cronista que escapó del yugo matrimonial: «Cuando yo era una chica, un joven me rogó muchas veces que me casara con él. Pero yo no me sentía inclinada al matrimonio (sabiendo muy bien lo que implicaba este sacramento) y rechacé su oferta. Luego me dijo que se iría a México porque yo no me iba a casar con él».
Trata de imaginar a una mujer menuda y de edad avanzada contándole esta historia a un estadounidense varias décadas después y añadiendo, casi con un encogimiento de hombros: «Y entonces él se fue». En ninguna parte de la historia acerca de su vida hay la menor señal de arrepentimiento por no haber tenido hijos o esposo. Con el tiempo, Lorenzana llegaría a tener cien ahijados.
La larga vida de Apolinaria Lorenzana abarcó las décadas de transición de California de colonia española a nación independiente mexicana a la llegada del tío Sam. A medida que California se precipitaba hacia la América moderna, cada vez eran menos los habitantes del estado que habían vivido los comienzos del duro sistema de misiones. Los académicos empezaron a recopilar historias orales. El historiador y autor Thomas Savage expresa su admiración por Apolinaria.«En mi visita a San Diego este año (1878), muchos californianos nativos de ambos sexos hablaron de Lorenzana en los más altos términos de alabanza. Era conocida por muchos como Apolinaria la Cuna, y como la Beata por la mayoría. Parece ser un alma buena, vieja, alegre y resignada a su triste suerte, ya que en su vejez, y completamente ciega, es una carga para el país y para sus amigos, habiendo perdido todos sus bienes de algún modo u otro. Ella se mostró reacia a hablar sobre este tema y me aseguró que no quería siquiera y admiradores, pero muy poco en cuanto a posesiones materiales. Cuando alcanzó la edad mediana le pidió una tierra a la Iglesia en una época en que las misiones de Alta California estaban siendo secularizadas (es decir, privadas del control de la iglesia por parte del joven Gobierno mexicano).
Las tierras de las misiones les fueron prometidas inicialmente a los indios —a los neófitos—, a un pueblo que se había convertido al catolicismo y que había perdido su cultura original. Pero fueron engañados y, en su lugar, el traspaso de la tierra creó una nueva aristocracia entre los descendientes de los colonos que pertenecían a las familias españolas que llegaron al norte con los sacerdotes y soldados para asentar raíces en este remanso imperial. En lugar de convertirse en agricultores y ganaderos que cultivaban su propia tierra, los indios se vieron reducidos a una fuerza de trabajo sin tierras.
Los sacerdotes de la misión vieron la secularización como una simple apropiación de tierras en la que el gobierno de Ciudad de México recompensaría a la nueva aristocracia, que muchas veces se oponía al clero. Algunas misiones abandonaron sus edificaciones en previsión de un ataque mientras otras empezaron a sacrificar los grandes rebaños acumulados luego de trabajar varias décadas, y a vender cueros y grasa animal a compradores de Estados Unidos.
Los sacerdotes de la misión de San Diego le dieron a Lorenzana tres grandes extensiones de tierras de pastoreo en el Valle Jamacha, en lo que hoy es el condado de San Diego. Los misioneros también le entregaron los documentos que confirmaban latransferencia y ella se dirigió al gobierno en 1833 para certificar su propiedad. En 1840 se le concedieron dos leguas cuadradas de tierra (aproximadamente nueve mil acres o 24 millas cuadradas). Lorenzana comenzó a mejorar la tierra, a invertir en infraestructura y a cultivar cerca del río Sweetwater. Era ya una mujer de recursos y contrató a un administrador para que supervisara el rancho mientras ella seguía viviendo en la misión.
Cuando Estados Unidos invadió a México en 1846 y las tropas estadounidenses ocuparon San Diego, Lorenzana se trasladó a San Juan Capistrano en el norte, en lo que hoy es el Condado de Orange. Su rancho permaneció abandonado por un tiempo.
Cuando California pasó a formar parte del botín de guerra y los vastos territorios del norte de México quedaron bajo la soberanía estadounidense, Rancho Jamacha fue confiscado por los Estados Unidos. El Tratado de Guadalupe Hidalgo puso fin a la guerra entre las dos naciones pero dejó a miles de ciudadanos mexicanos en un nuevo país. Su futuro era incierto, a pesar de la garantías firmes e inequívocas estipuladas por el tratado a los ciudadanos mexicanos que ahora vivían en territorio estadounidense:
Los mexicanos establecidos actualmente en territorios que antes pertenecían a México y que de ahora en adelante están dentro de las fronteras de los Estados Unidos, tal como lo define el presente tratado, tendrán la libertad de seguir viviendo donde viven actualmente, o de mudarse a la República Mexicana, reteniendo cualquier propiedad que poseen en dichos territorios o disponiendo de ella y llevando las ganancias a donde deseen sin que sean sujetos, en este caso, a contribución o cargo alguno.
Aquellos que preferían permanecer en dichos territorios pueden retener el título y los derechos de los ciudadanos mexicanos, o adquirir los de ciudadanos estadounidenses. Pero tenderán que elegir dentro del plazo de un año a partir de la fecha del intercambio de ratificaciones de este tratado, y aquellos que permanezcan en dichos territorios después de expirado ese año, sin haber declarado su intención de guardar su carácter como mexicanos, serán considerados ciudadanos de los Estados Unidos.
En dichos territorios, los bienes de cualquier naturaleza, que pertenecen ahora a mexicanos no establecidos en ellos, serán respetados de manera inviolable. Los actuales dueños, los herederos de estos y todos los mexicanos que en un futuro puedan adquirir dichas propiedades por medio de contratos, disfrutarán respecto de ellas garantías tan amplias como si perteneciesen a ciudadanos de los Estados Unidos . (Las cursivas son del autor).
A pesar de las garantías del Tratado, la Ley de Tierras de 1851 estableció una Comisión de los Estados Unidos para determinar cuáles reivindicaciones de tierras mexicano-californianas eran legítimas. Muchas familias terratenientes solicitaron hipotecas para pagar los costos en la corte y terminaron perdiendo sus tierras, pues no estaban familiarizadas con los procesos legales de los Estados Unidos o no pudieron expresar sus reclamos durante los procedimientos realizados en lengua inglesa. Un grupo de militares estadounidenses que comenzó a trabajar como promotor yespeculador de tierras después de la guerra con México tomó el control del Rancho Jamacha.
A través de una serie de transacciones que eran desacertadas por decir lo menos, La Beata comenzó a solicitar hipotecas para su rancho y a vender parcelas. A mediados de la década de 1860, Lorenzana ya no tenía ningún derecho sobre sus tierras y en los años subsiguientes insistió en que se las habían robado, buscando una indemnización legal hasta 1880. El Rancho Jamacha se convirtió en un negocio agrícola rentable y productivo con sus nuevos propietarios yanquis. Hasta el día de su muerte, Lorenzana sostuvo que fue estafada y que le quitaron sus tierras, por más que los registros indicaran lo contrario.
Su cronista le pregunta mucho sobre los ranchos y la anciana relata diciéndole: «Es una larga historia y no quiero hablar de eso. Me quitaron los otros dos ranchos de alguna manera. Y así terminaron las cosas, después de haber trabajado tantos años, después de haber conseguido una finca, de la que nunca me deshice por medio de la venta o de ningún otro medio, y aquí me encuentro en la mayor pobreza, viviendo solo por la gracia de Dios y de la caridad de los que me dan un bocado para comer».
Una niña abandonada se convierte en una heroína en la California colonial, en una terrateniente republicana en México, y luego en una carga pública y en una mujer pobre en los Estados Unidos de América. Lorenzana fue un símbolo de las pérdidas sufridas en esta transición mientras los estadounidenses llegaban desde el este a los territorios recién anexados. Cargando con el peso de las evidencias impuestas sobre ella y sobre otros hacendados después de la guerra con México, Lorenzana terminó el proceso de concesión del título como una persona sin tierra, mucho antes de que sus derechos fueran reconocidos finalmente.
Apolinaria Lorenza murió en 1884. Había nascido en 1790, así que vivió una vida muy larga para su época, que se extendía desde los primeros días de las misiones españolas hasta el cierre de la frontera estadounidense y a la cuarta década de California como un estado de la Unión. Su vida se convertiría también en una historia con una moraleja, en un recordatorio de la dificultad para hacer la transición de una vida en México a otra en los Estados Unidos, aunque nunca emigrara a un país nuevo: ocurrió, en cambio, que una tierra nueva llegó a ella.

• • • EL SIGLO XIX fue testigo de la creación del territorio continental de los Estados Unidos, impulsado por el «mar al mar brillante» del Destino Manifiesto. Gran parte de la población latina de los Estados Unidos es un legado de los encuentros y desencuentros entre la joven nación que empujaba hacia al oeste del Atlántico, y el Imperio Español y la República de México.
Los cien años que transcurrieron desde 1800 a 1900 fueron una época de desafíos constantes a los pueblos de Norteamérica, que exigieron su reinvención como individuos a medida que se transformaban, muchas veces por acontecimientos ajenos a su control. Un indio en Texas, bautizado con un nombre español en la Iglesia Católica, podría haber comenzado el siglo como un súbdito español, con hijos mexicanos, nietos que llegarían a la edad adulta en la República de Texas y el Estado de Texas, y bisnietos que vivieron algunos años en los Estados Confederados de América.
Muchos de los ciudadanos estadounidenses que se dirigieron a la costa del Pacífico se hicieron «nativos» luego de casarse con personas mexicanas, de convertirse al catolicismo y de aprender a hacer negocios en español con sus vecinos. Sin embargo, y como hemos visto con Apolinaria Lorenzana, apenas unas décadas después de su llegada, las mismas familias californias que les dieron la bienvenida a sus vecinos inmigrantes de Estados Unidos pronto terminaron como extranjeros en su propia tierra.
La alfombra de bienvenida en honor a los inmigrantes de lengua inglesa del este del país fue impulsada quizá por la ambivalencia que sentían los ciudadanos del extremo norte de México con respecto a los vínculos preexistentes con un país y un conglomerado político que podría parecer muy lejano. «Ellos sentían que California era el hijo bastardo de México y que fueron relegados al olvido», señala Rose Marie Beebe. «Sus antepasados eran españoles. Sus hijos nacieron en California, por lo que son californios . Son una mezcla de gentes. Se consideran mexicanos pero no lo son. Viven en una zona muy alejada de Ciudad de México y de la administración central».
Y agrega: «Entonces, tras la llegada de los estadounidenses, y después de la guerra con México, perdimos una parte de nosotros. Estábamos bajo el dominio español, después bajo el mexicano y ahora bajo la ocupación norteamericana. Creo que lo que sale a flote en los testimonios es el miedo, el presentimiento de lo que vendrá después».
Incluso hoy en día, los descendientes de los españoles, y posteriormente las familias mexicanas que habitaban lo que hoy es el suroeste de los Estados Unidos, dirán casi con tristeza: «Nosotros no cruzamos la frontera. ¡La frontera nos cruzó a nosotros!».
Crecer en los Estados Unidos del siglo XXI es vivir en un país ordenado y territorialmente estable, cuyas fronteras nacionales son fijas e inmutables. Los estados y las provincias canadienses, y no piensan tampoco en retirar su lealtad a Ciudad de México ni a Ottawa para endosarla a Washington D.C.
El siglo XIX sufrió cambios repetidos y constantes, que muchas veces tomaron desprevenidas a poblaciones enteras, las cuales se preguntaron a dónde y a qué pueblo pertenecían en realidad. Texas fue un punto crítico en este sentido, donde los Estados Unidos y México se enfrentaron al oeste del río Mississippi. Al igual que California, Texas era importante para México no tanto por sus pequeños asentamientos repartidos por toda la provincia sino como un baluarte contra otros imperios: Francia, Gran Bretaña y, posteriormente, los Estados Unidos de América.
Los dos países eran jóvenes. México logró su independencia de España en 1821 mientras Estados Unidos hizo lo propio medio siglo antes. Sin embargo, México quedó debilitado y desorientado debido a las batallas entre diversas facciones, que mantuvieron al país al borde de la guerra civil, mientras que el rígido orden constitucional en los Estados Unidos provocó un aumento de la riqueza, del tamaño territorial y de la seguridad.
Fue una desgracia histórica para México que los intereses de los dos estados entraran en conflicto en una época de golpes de Estado y de caudillos militares en México, mientras que los estadounidenses se preparaban para apoderarse de lo que querían.

PERO LOS PROBLEMAS de Juan Seguín apenas estaban comenzando. Ir al Sur significaba enfrentarse al ejército y al país a los que tanto se había esforzado recientemente en derrotar. «Busqué refugio entre aquellos a quienes combatí; me separé de mi país, de mis padres, familiares, parientes y amigos, y lo que es más, de las instituciones en nombre de las cuales había empuñado mi espada».
Cuando los mexicanos le ofrecieron elegir entre la cárcel por traición o el servicio militar, Seguín dijo que no tenía más remedio que aceptar una comisión en el Ejército mexicano. Poco tiempo después se dirigió de nuevo a Texas con un escuadrón al mando del general Adrián Woll para luchar contra los Estados Unidos en la Guerra México-Estadounidense.
Después de la guerra, Seguín pidió permiso para regresar a Texas. «Después de las expediciones del General Woll, no volví a Texas hasta el tratado de Guadalupe Hidalgo. Durante mi ausencia, nada pareció poner fin a mi imagen de traidor. Mis enemigos habían logrado su objetivo: me habían liquidado políticamente en Texas y, mientras menos hablaran de mí, menos riesgos corrían de quedar expuestos a los medios infames que habían utilizado para causar mi ruina».
Poco después, el acoso que sufrió en la misma tierra que había luchado para liberar, que yo soportara estóicamente sus ultrajes e insultos?». Juan Seguín vivió sus últimos días en Nuevo Laredo, a orillas del Río Grande, al otro lado de Texas y de los Estados Unidos. Murió en 1890, a los ochenta y tres años. En 1976, sus restos fueron llevados finalmente a Texas para ser enterrados en la ciudad que lleva su nombre.
A lo largo de lo que sería el suroeste de los Estados Unidos, el hecho de mover la frontera, de establecer la nueva relación entre Estados Unidos y México, y los nuevos ciudadanos mexicanos de Estados Unidos, no ayudó a poner fin al conflicto por la tierra, los recursos y el estatus. En El Clamor Público , un diario californiano, un artículo publicado el 26 de julio 1856 se queja de la violencia continua contra los mexicanos de California: «Asesinar y abusar de los mexicanos con impunidad se está convirtiendo en una costumbre muy frecuente». El periódico señala posteriormente que los americanos de habla inglesa que habían llegado a California en los años posteriores al descubrimiento del oro sometían a los mexicanos «a un tratamiento que no tiene antecedentes en la historia de ninguna nación conquistada por salvajes o por pueblos civilizados». John Rollin Ridge, el popular novelista de sangre cherokee, recopiló las historias que circulaban en torno a un mexicano que se rebeló después de que los estadounidenses lo golpearan y violaran a su esposa. En su libro Vida y aventuras de Joaquín Murrieta , el célebre bandido de California, publicado en 1854, Rollin mezcla la realidad con la ficción para crear un apuesto Robin Hood mexicano, cuya guerra deguerrillas contra los estadounidenses estaba justificada por el tratamiento que recibía su gente: «El país estaba lleno de hombres desesperados y sin ley que se hacían llamar estadounidenses, quienes miraban con odio a todos los mexicanos y los consideraban como una raza conquistada, sin derechos ni privilegios, y solo apta para la servidumbre o la esclavitud. Ellos no podían o no querían superar el prejuicio del color ni la antipatía de las razas, que son siempre más fuertes o amargas entre los ignorantes, porque les daban una excusa para la opresión degradante». Tal como hacen los mexicanos hasta el día de hoy, se compusieron numerosas canciones que celebran las hazañas de Joaquín Murrieta. Ésta es la letra de un corrido sobre él:

Yo no soy americano
Pero comprendo el inglés.
Yo lo aprendí con mi hermano
al derecho y al revés.
A cualquier americano
hago temblar a mis pies.
Por cantinas me metí
castigando americanos.
Tú serás el capitán
que mataste a mi hermano.
Lo agarraste indefenso,
orgulloso americano.

Otro Robin Hood moreno surgió en Texas, en las tierras disputadas y sin ley entre el río Nueces y el Río Grande en el sur del estado. Juan Nepomuceno Cortina Goseacochea, llamado con frecuencia Cheno Cortina o simplemente Juan Cortina , encabezó una milicia tejana en los años 1850 y 1860 contra las autoridades anglosajonas en el sur de Texas y la costa del golfo. Las redadas y batallas fueron conocidas como las Guerras de Cortina o los Problemas de Cortina, y enfrentó a sus hombres (dependiendo del año y de las circunstancias) contra el Ejército de los Estados Unidos, los Rangers de Texas, los invasores franceses de México, las milicias Anglo, el Ejército Confederado y las fuerzas nacionales mexicanas.
El fuerte interés de Juan Cortina en defender su causa era respaldado por lo que parecía ser un rechazo abierto al trato que recibían las personas del norte de México y del sur de Texas. Los manifiestos y panfletos que emitió Cortina durante su campaña militar tenían el romance y el ardor propios de la retórica del siglo XIX, y una gran inteligencia: «No hay necesidad de temer. Las gentes pacíficas y los ciudadanos honestos son inviolables para nosotros en sus personas e intereses. Nuestro objetivo, como lo han visto, ha sido castigar la maldad de nuestros enemigos, que ha quedado impune hasta ahora.
»Estos se han confabulado entre ellos y han conformado, por así decirlo, una pérfida logia inquisitorial para perseguir y robarnos sin causa alguna, y por el único supuesto delito por nuestra parte que el de ser de origen mexicano...».
Cortina fue apodado el «Ladrón rojo del Río Grande». Aunque fue combatido y perseguido por las autoridades de ambas naciones, o fue reclutado para unirse a ellas con el fin de luchar contra el otro país, Cortina se consideraba como un combatiente que sacrificaba su vida por su pueblo. «Las personas inocentes no deben sufrir. Pero, si es necesario, llevaremos una vida errante, esperando una oportunidad para purgar a la sociedad de hombres tan bajos que la degradarán con su oprobio. Nuestras familias han regresado como extranjeros a su país natal para suplicar asilo».
Cortina condenó la codicia y la envidia de sus enemigos anglosajones, al tiempo que expresó la esperanza serena de que la Naturaleza siempre proveerá. «Además, nuestros enemigos personales no deberán poseer nuestras tierras hasta que las hayan engordado con su propia sangre».
Con sus sorprendentes palabras, Cortina les recuerda a sus constituyentes tejanos lo que ya sabían demasiado bien: que las tormentas políticas que se propagaron a través de México, Texas, y los Estados Unidos, los hicieron vulnerables a los anglo-estadounidenses, quienes obtuvieron lo que no podían comprar a través de la conquista. Era una época en la que «bandadas de vampiros, que bajo la apariencia de hombres vinieron y se esparcieron en los asentamientos, sin otro capital que el corazón corrupto y las intenciones más perversas. »Muchos de ustedes han sido despojados de su propiedad, encarcelados, perseguidos, asesinados y cazados como bestias, porque su trabajo era fructífero y su laboriosidad excitó la codicia vil que los trajo acá». Es muy difícil saber después de un siglo y medio si Cortina ignoró deliberadamente —o fue ciego— a la expropiación de tierras nativas, el «pecado original» que les dio tierra a los mexicanos en primer lugar.
Contra toda lógica, dos clases de estereotipos operaron de manera simultánea en las mentes de los estadounidenses que se dirigían a las tierras tomadas en la Guerra mexicana. Por un lado, sostiene Stephen Pitti, los grandes terratenientes, incluso una especie de señores feudales de la Edad Media que han aterrizado en este siglo XIX, pero que son producto de otra época y debían ser por tanto removidos de la historia y no formar parte del mundo moderno». Al mismo tiempo, escribe Pitti, «los latinos son vistos como cuchilleros, como greasers , como figuras sucias, peligrosas y amenazantes para los miembros de la sociedad de la Fiebre del Oro, quienes tampoco eran ciudadanos ejemplares, aunque por razones diferentes.
»La forma en que los californios y los latinos contrarrestarían los estereotipos cotidianos que les habían asignado sería muy importante para ver cómo los entenderían otros a ellos en el siglo XIX».

Personajes: Explica quiénes son los personajes a continuación. ¿Cuándo y dónde vivieron? ¿Cuál es su importancia histórica?
1) Pedro Menéndez de Avilés

2) Junípero Serra

3) Apolinaria Lorenzana

4) Los hispano-mexicano

5) Joaquín Murrieta

6) Juan Cortina

Preguntas de comprensión:

1) Haz una lista de imperios que tenían territorios y/o colonias en lo que hoy en día es “Estados Unidos” entre los siglos XVII-XIX. Indica más o menos dónde tenía cada imperio su territorio/colonias.

2) ¿Cuándo ganó Estados Unidos su independencia de Gran Britania? Según Suarez, ¿cuándo se consolidó Estados Unidos como un país “continental y moderno”?

3) ¿Qué era la “Alta California”? ¿Por qué era considerada “el rincón más alejado del imperio español”?

4) ¿Qué es el Tratado de Guadalupe Hidalgo? ¿Cuándo fue? ¿Cuáles eran los objetivos del Tratado? ¿Cuáles eran los resultados de ello?

LA CONVERGENCIA COMIENZA CADA NACIÓN tiene una historia de orige...